Sé que ando tempranera, casi todavía estamos volviendo del mini-puente, pero tengo muchas ganas de vacaciones…

Sé que ando tempranera, casi todavía estamos volviendo del mini-puente, pero tengo muchas ganas de vacaciones…

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Antes de acabar el año no podemos dejar de echar un vistazo a las tendencias del año que viene.. He echado un vistazo a este artículo de Google a ver qué nos cuenta, y qué conclusiones prácticas podemos sacar de él.
¡Quedan 4 días para que todo esto se cumpla!

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Este año YouTube ha decidido madrugar con su resumen anual de 2025. YouTube Music se adelanta así al tradicional recopilatorio de Spotify, el famoso Spotify Wrapped, que cada diciembre inunda las redes con estadísticas musicales. Y aunque ambos comparten la idea de mostrarte tus hábitos de escucha, YouTube Music ha optado por diferenciarse incorporando nuevos datos estadísticos y, como novedad destacada de este año, una función impulsada por IA.
Si no ves el banner de acceso, como me ha pasado a mí, no te preocupes: basta con ir al perfil. Allí encontrarás la opción “Resumen musical del año”. Con solo pulsar sobre ella podrás acceder a tus estadísticas personalizadas: artistas más escuchados, canciones favoritas, géneros predominantes y otros detalles curiosos sobre tu año musical.
Pero lo más llamativo de esta edición es, sin duda, la nueva sección con IA. Se presenta como una especie de chat interactivo donde puedes hacer cualquier pregunta relacionada con tu actividad en la plataforma durante los últimos doce meses. Desde qué artista descubriste primero, hasta cuántas horas has pasado escuchando un género concreto. La herramienta analiza tus patrones y te ofrece respuestas muy detalladas.
Ahora solo queda esperar a ver qué cartas jugará Spotify este año. Su Wrapped siempre llega cargado de sorpresa. En todo caso, y seguro que en el mío, todo apunta a que Rosalía será protagonista absoluta de muchos resúmenes musicales de 2025.

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Lo siento: la entrada del blog de esta semana es más corta de lo habitual. Estoy metida de lleno en el torbellino del Black Friday y, entre comparar precios y evitar que el FOMO me gane la partida, apenas me queda tiempo para escribir.
Si tú también estás en modo “caza de ofertas”, te dejo por aquí la lista de recomendaciones de Xataka para compras tecnológicas, que siempre es un buen punto de partida.
Y para el resto, te recomiendo echar un ojo a la nueva versión de Gemini 3 Pro, que va especialmente fina para comparar productos y ofertas. Google asegura que este modelo es más directo y menos complaciente, así que, en teoría, debería ayudarte a tomar decisiones más claras sin decirte lo que quieres oír. Veremos …
La próxima semana, prometo volver con un post más largo… si sobrevivo al Black Friday.

Estaba cotilleando en la Grokipedia, la Wikipedia de Elon Musk, y alucinando con el nivel de megalomanía que puede alcanzar este mundo. Muchos de sus artículos provienen directamente de Wikipedia, algunos incluso copiados casi palabra por palabra. La plataforma no permite editar las entradas; los usuarios registrados solo pueden sugerir cambios mediante un pop-up para reportar información errónea.
La crítica no se ha hecho esperar: Grokipedia ha sido descrita como promotora de perspectivas de derechas, teorías conspiratorias y, sobre todo, las opiniones de Elon Musk. También se cuestiona su precisión y sus sesgos, alimentados tanto por las alucinaciones de la IA como por el posible sesgo algorítmico que arrastra. Y, por supuesto, si consultamos la entrada de Grokipedia sobre la propia Wikipedia, descubrimos que la acusa de tener sesgos ideológicos sistémicos, especialmente una tendencia de leve a moderada hacia la izquierda.
Porque, al final, no hay nada como controlar la narrativa, escrita u oral, para convertirla en verdad.
Solemos preocuparnos por la desinformación generada por la inteligencia artificial como si fuera una propiedad emergente: algo accidental que ocurre cuando los modelos alucinan o mezclan datos poco fiables. Pero Grokipedia nos recuerda que la desinformación también puede ser perfectamente intencional. Puede ser programada, seleccionada y sistematizada de forma deliberada. El verdadero peligro de la IA no está en la caja negra. Está en quien la controla y decide qué podemos leer los demás de su interior.
Otro ejemplo, ya más centrado en redes sociales, son esos dulces abuelitos creados con IA que dan consejos de vida. Estos contenidos aprovechan la credibilidad y autoridad asociada a las personas mayores, y la ternura que nos inspiran, para viralizar mensajes sobre valores sociales o incluso política.
Al final, estamos entrando en una era donde la desinformación ya no necesita disfrazarse de error: puede presentarse con voz amable, con interfaz pulida o con la autoridad inventada de una enciclopedia alternativa. Y, si no estamos atentos, acabaremos repitiendo como narrativas propias, las que alguien decidió por nosotros. Por eso, más que temer lo que la IA puede llegar a hacer, deberíamos cuestionar quién la dirige, con qué intereses y a quién sirve. Porque la tecnología no piensa por sí misma… pero sí puede conseguir que dejemos de pensar nosotros.

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Hace unas semanas Nike presentó Amplify, un proyecto que va mucho más allá de la innovación en calzado deportivo. Se trata de una zapatilla motorizada, equipada con sensores y algoritmos de inteligencia artificial capaces de ajustar el movimiento según las necesidades de cada persona. En teoría, promete más potencia, menos fatiga y un rendimiento superior. Una herramienta para corredores medios o para quienes pasan mucho tiempo de pie.
Hasta aquí, podría parecer una evolución lógica en la búsqueda de confort o eficiencia. Sin embargo, Amplify abre un debate más profundo sobre el papel de la tecnología en la experiencia corporal. ¿Queremos realmente que caminar o correr dependan de un algoritmo? ¿Qué ocurre cuando el cuerpo deja de ser protagonista para convertirse en un accesorio del dispositivo?
Nike no se dirige a deportistas de élite, sino a personas comunes que simplemente quieren rendir más. Y ahí está el punto más inquietante: la promesa de un cuerpo aumentado se vuelve cotidiana. Los cyborgs se normalizan.
El discurso de combatir la fatiga o optimizar el esfuerzo parece inocente, pero también es una manera de patologizar la limitación humana. Nos invita a pensar que el cansancio, el desgaste o el ritmo propio del cuerpo son fallos que deben corregirse, no aspectos naturales de nuestra condición.
La tecnología del movimiento, que antaño servía para acompañar al cuerpo (desde una buena suela hasta una plantilla ergonómica), ahora empieza a suplantarlo. Amplify no amplifica tanto nuestras capacidades como la idea de que nunca somos suficientes sin asistencia tecnológica.
Quizás el verdadero reto hoy no sea aumentar el rendimiento, sino reconciliar tecnología y cuerpo desde un lugar más humano, más consciente y menos instrumental. Preguntarnos para qué y para quién se diseñan estos avances podría ser un primer paso para no perder de vista lo esencial: que moverse sigue siendo, antes que nada, un acto profundamente humano.

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Hoy he escuchado este episodio tan interesante “TikTok, la nueva frontera de Internet” del pódcast Un tema Al Día que analiza el acuerdo entre Estados Unidos y China para crear una versión estadounidense de TikTok, desligada de la aplicación internacional controlada por la empresa china ByteDance. Trump busca que el control de la plataforma en EE. UU. recaiga en un conglomerado de inversores norteamericanos, entre los que se mencionan nombres como Rupert Murdoch (News Corp.) y Larry Ellison (Oracle). Esta medida, impulsada por la administración Trump, pretende “proteger la seguridad nacional”, aunque también responde a intereses políticos y económicos más amplios.
La incógnita ahora es si la nueva versión estadounidense de TikTok permitirá la interacción con usuarios del resto del mundo o si se convertirá en una red cerrada. Si se confirma esta fragmentación, estaríamos ante un nuevo paso hacia el fin de una internet verdaderamente global, una tendencia que ya hemos visto en países como China o Rusia, donde el acceso y la información se encuentran controlados por el Estado.
TikTok ha transformado profundamente la forma en que consumimos información y entretenimiento. Su algoritmo altamente personalizado ha redefinido la relación entre usuarios y contenidos, pero también ha generado preocupaciones legítimas: la concentración de poder en manos de una sola plataforma, la opacidad en la gestión de datos y la creciente capacidad de manipulación política.
Este nuevo escenario abre un debate urgente sobre privacidad, soberanía digital y libertad de expresión. Mientras tanto, figuras como Donald Trump parecen seguir una hoja de ruta que combina populismo tecnológico y control informativo, contribuyendo a un panorama digital cada vez más polarizado y menos libre.

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OpenAI acaba de lanzar sus «mini-apps». Spotify, Canna, Expedia… ya están aquí. No son simples integraciones. Son micro-mundos operando dentro de ChatGPT.
El objetivo es claro: que no necesites salir del chat para nada. Que el chat lo sea todo. La jugada maestra de OpenAI para convertir a ChatGPT en un sistema operativo con el que hablas. O lo que es lo mismo: el amanecer de la computación agéntica.
Los llaman «conectores». Son los puentes que permiten a ChatGPT enlazar con esas apps de terceros. Buscar archivos, extraer datos, consultar contenido… todo sin moverte de la conversación.
No es una superapp al uso asiático. Es algo más profundo, más ambicioso. Una capa de orquestación que se sitúa por encima de todos los servicios digitales. Si funciona, ChatGPT deja de ser un chatbot para convertirse en la interfaz de internet.
La pregunta es inevitable: ¿veremos empresas pagando por aparecer en las recomendaciones del agente? ¿Un SEO para conversaciones de IA? La historia dice que sí. La diferencia es que esta vez no hay una página de resultados que analizar. La decisión ocurre en la sombra, en el flujo sutil de un diálogo.
OpenAI acumula potencia: más computación, más socios, más integraciones. Pero hay un efecto colateral, y es inquietante: cuanto más simple se vuelve la interfaz, más opaco es el proceso que la sustenta. Y, sin darnos cuenta, más dependientes nos hacemos de ella.

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Esta semana me he encontrado con dos noticias que, por separado, pueden dejarte un poco fría… pero juntas apuntan a que algo se está moviendo en el ecosistema publicitario.
La capitalización y explotación de datos propios por parte de compañías vinculadas, directa o indirectamente, al comercio está desembocando en el desarrollo de plataformas publicitarias propias, el denominado commerce media. Tanto Mastercard como American Express han anunciado sus propios sistemas: la primera ha lanzado Mastercard Commerce Media, y la segunda, Amex Ads.
Estos nuevos negocios publicitarios permitirán a las marcas aprovechar los datos que ya poseen para impulsar una publicidad más inteligente y personalizada. En la práctica, se trata de crear redes de medios digitales que faciliten a los anunciantes comprar espacios en las propiedades de estas compañías y también publicar anuncios en colaboración con socios editoriales.
Es un cambio de enfoque interesante para Mastercard y Amex, en un contexto en el que Bizum y otros medios de pago están pisando fuerte. Quizás el mayor valor que tienen estas compañías tradicionales no sean “sus tarjetas”, sino sus datos transaccionales. ¿No te suena conocido?
